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martes, 20 de septiembre de 2016

Pesca de cumplidos

Hasta hoy creo que la cortesía es a veces un estorbo para la comunicación. Estoy consciente de que eso no tiene que ser necesariamente verdad, hay momentos para ser firme y otros para dejar las cosas pasar, y tal vez esta concepción mía reside en lo difícil que me es el distinguir claramente una situación de otra. En especial uno va a luchar toda la vida por eso y también por hallar el equilibrio. Me gustaría ser de esos caballeros que tienen el adjetivo inseparable de cortés, o de educado (sorprendente también me parece que las personas confundan estos dos conceptos con tanta frecuencia). La verdad es que a mí eso no me sale. Nunca he sido bueno para saber cuándo hablar y cuándo quedarme callado, y esa habilidad puede ahorrarle a uno muchas vergüenzas.


Desde hace unos años, tengo la firme convicción de que, lo que llamamos educación, tiene mucho que ver con adivinar lo que el otro quiere escuchar. Algo así como leer la mente. Sobre todo cuando las personas se ningunean esperando a que uno los contradiga y responda con un halago. En inglés se le llama “pescar cumplidos” y me alegra que la expresión pase de un idioma al otro y siga casi indemne, pues me parece de lo más atinada. Echar el anzuelo a la mar y a ver quién sale con su respuesta. En este caso los peces salen regurgitando halagos que pueden ser encantadores o ya de plano exageraciones. Todos en algún punto hemos pescado cumplidos y la mayor parte del tiempo es incómodamente obvio. Hemos escuchado a alguien decir “Es que subí de peso” y de inmediato alguien va a arremeter: “Claro que no, mira qué bien te ves”. A veces ahí muere el asunto pero hay gente que le sigue: “Pero es que tú no sabes, mis pantalones ya no cierran”.


Lo que he notado es que la pesca de cumplidos puede ser una actividad que deja contentas a dos personas. Me explico, el otro día vi a unas muchachas platicar y una de ellas dijo que los lentes no le gustaban. No le gustaba su rostro con ellos, parecían intrusos. Inmediatamente su interlocutora le dijo lo bien que se veía, pero luego siguió:
-Además, si tus lentes no te gustan, puedes cambiarlos cuando quieras. En cambio yo, tengo esta panzota que no me deja usar pantalones como los tuyos.

La conversación siguió y siguió porque una no dejaba de buscarse defectos para que la otra la halagara. A mí me pareció que ambas tenían razón: a una los lentes no le favorecían para nada y a la otra más le valdría comer más sano porque se me hace que cuando va al cine, se sienta al lado de todos.