Los diarios por mes:

martes, 15 de noviembre de 2016

El mueble

Necesito un librero. En el departamento hay un montón de libros y de cuadernos ahí rodando y necesitan una casita, así que fui a una de esas tiendas grandes en las que el mayor negocio es vender a crédito. No sé si pueda decir el nombre de la tienda pero puedo contar que comparte nombre con la hija de Agamemnon. Me llama mucho la atención lo difícil que es encontrar el precio real de las cosas en esos lugares. Los productos ostentan un letrero impreso que dice precios baratísimos para lo que son: televisiones a 200 pesos, teclados de computadora a 30, etcétera. Cuando te acercas a dicha etiqueta, te das cuenta que es ese precio (que viene en una tipografía grande, clara y hasta en negritas) es el precio de las mensualidades que tienes que pagar hasta quién sabe cuándo.
Como no soy una persona disciplinada, decidí pagar el mueble en una sola exhibición. Por supuesto que el señor vendedor me insistió que era más barato endeudarme y que así pagaría diez pesitos (usó la palabra pesitos, tal vez para que sonara más barato, como si diez pesitos fueran menos que diez pesos) durante tantas semanas y terminaría pagando 300 pesos (aquí sí usó la palabra pesos) menos. En fin, lo pagué de contado y esperé a que me llevaran el mueble. Llegó esa misma noche, justo antes de que yo saliera a encontrar a unos amigos. Lo trajeron envuelto en mil cosas y me parecía que estaba viendo un tamal hecho con cinta adhesiva y cartones viejos. Como se me hacía tarde, dejé el tamal como llegó, no tenía prisa en abrirlo, regresé tarde y al otro día tenía que trabajar así que no desenvolví el paquete. Al otro día después del trabajo volví tarde a casa y decidí usar el mueble que recién había comprado. Venía roto.
Me enojé mucho y marqué al número que venía en el recibo de compra. Una señorita contestó, dije: “Buenas noches” y mi interlocutora ni se inmutó de mi saludo y siguió diciendo “El número que usted marcó no existe, favor de verificarlo.” Me enojé más. Pero ya era tarde así que guardé mi enojo, tomé un par de fotos al mueble y anoté el número de la procuraduría del consumidor. Al otro día salí más temprano del trabajo y caminé hacia la tienda. A cada paso iba redactando y re-redactando lo que le iba a decir al señor vendedor. Pensé que no sería bueno empezar gritándole y que era cosa de ir elevando la voz con cada intercambio de frases. Me preguntaba cuál sería el mejor momento para decir algo como “No se preocupe, le hablamos a la procuraduría y vemos qué sigue”. Llegué a la tienda y me encontré con el mismo señor vendedor con quien compré el mueble. El señor vendedor resultó ser el señor vendedor/gerente así que le dije que el librero venía roto. Me respondió con un elocuentísimo: Ah.

-Bueno entonces ¿Me lo va a cambiar o me va a devolver mi dinero? - pregunté y esperé su respuesta con impaciencia. En mi mente se agolpaban las opciones, pensaba en las palabras que saldrían de su cara. ¿Me va a decir que ya ni modo? ¿Cómo sé que no lo rompió usted? ¿Me va a decir que me puede dar crédito para comprar en su tienda? ¿Que no me da mi dinero ni nada porque lo que sea?
Después de un momento me dijo: “Como usted prefiera”. Lo miré con aún más enojo y con mucha incredulidad. De veras no esperaba esa respuesta. Como no tenía ni la menor intención de comprar un librero otra vez, le dije que aceptaba un cambio. Que me fueran a entregar el mueble al otro día. También le dije que el número impreso en el recibo no funcionaba y que me diera otro teléfono al cual pudiera marcar.
Al día siguiente esperé a que llegaran y no lo hicieron. Llamé al teléfono y no me contestaron. Eso fue el miércoles. Al otro día me llamaron de un teléfono que yo no tenía agregado. Me dijo mi interlocutor que no habían podido ir al día anterior porque el señor que les presta el diablito, con el que se disponían entregar el mueble, no había ido. Pero que hoy sin falta. Ese día les hablé a las cinco para confirmar. Todo iba bien y a la hora acordada nomás no llegaron. Marqué al número del señor vendedor/gerente y no contestó. Marqué al otro número que no tenía agregado y tampoco me contestaron. Marqué muchas veces. Decidí no ir porque estaba cansado. Darles el viernes de plazo.  El viernes esperé y tampoco llegaron así que fui a la tienda y los vi usando las televisiones, de las que venden y cuestan como 20 pesos semanales, para ver el juego de fut. Me acerqué al señor vendedor/gerente/aficionado del fut y ni me volteó a ver. Uno de sus trabajadores (asumo que fue él quien me habló en días anteriores)  se levantó muy atento y me dijo: “Híjole perdón, el chavo del diablito no vino”.  Le respondí que no se preocupara. Me dirigí al gerente:
-Oiga quiero mi dinero de vuelta
-Está bien - Dijo el señor después de voltear la cara, no parecía molesto de que le interrumpiera el juego ni de que tuviera que hacer una devolución y continuó: -pero en ese caso tiene que traer usted el mueble
-Pus a ver si llega el del diablito, buenas noches.
Llegué a mi casa para recordar que no tengo un diablito así que telefoneé a mi amigo Marcelo:
-Marcelo, necesito que me ayudes a llevar un mueble a la tienda, por favor
-Claro que sí.
Marcelo es la onda, no sólo vino con su carro y me ayudó a transportar el mueble a la tienda, sino que me ayudó a cargarlo al coche, a bajarlo, a dejarlo en la puerta principal, estorbando a todos (decisión tomada a conciencia, claro está), y además venía listo para hacer un escándalo, de ser necesario.
Al final, el señor vendedor/gerente/fanático de fut/cara de no me importa nada en la vida, me devolvió el dinero y siguió ahí tan indiferente como al principio. Nos fuimos de la tienda como si nada. Pero podía ver que también Marcelo se sentía frustrado, pues como yo, tenía algo de ganas de llegar como una ola de asertividad y de arremeter contra toda resistencia con tal de que nos devolvieran el dinero. Pero no hubo tal, al señor vendedor… etc. no le sorprendió para nada que el librero viniera roto y me parece que hubiera seguido ecuánime si yo hubiera venido a decirle que el mueble contenía una familia de tlacuaches muertos.

En fin, necesito un librero.