Los diarios por mes:

jueves, 24 de noviembre de 2016

La botella

Este cuento fue publicado en el Catálogo de miedos, por la editorial Lengua de diablo, en Cuernavaca, México, año 2013. Había leído acerca de un objeto en una enciclopedia de las cosas que nunca existieron. Así se llamaba el libro. Es un librote maravilloso, bien diseñado y lleno de ilustraciones para cada cosa. En él duerme mitología de todo el mundo y lo único que podría reprocharle, es que sus artículos no son lo suficientemente largos. Aquí pego el texto íntegro, tal y como fue publicado: 

La botella

Fue el día que visité a Pablo. Me vendió una bolsa llena de relapias por diez pesos. Después me mostró la botella. Me dijo que no iba a tono con su colección, que la había adquirido casi por accidente y que, como un gesto debuena voluntad me la vendió por sólo una relapia. 
La botella parecía un bombillo de cabeza, tenía un corcho en la corona y el vidrio era tan opaco que parecía estar rellena de humo o de polvo activo.Nada sabía yo de los diablos embotellados. Al principio fue una grata sorpresa. Así es como funciona: uno se acerca a la botella para pedir un deseo y espera hasta que el diablo que ahí habita muestre los ojos. Hay veces que no responde, deseos que no cumple. Lo que descubrí con terror es que el diablo embotellado representa una bomba de tiempo. El sólo comprarlo significa vender tu alma, ir al infierno tras la  muerte y la única manera de deshacerse de él es vendiéndolo a la mitad del precio por el que se adquirió. He ahí mi infortunio, hasta el día de hoy, la relapia es la moneda más barata del mundo y no parece que eso vaya a cambiar. Su valor es tan pobre que está a punto de entrar en desuso.

Cuando me acerco a la botella suplico por cambios en la economía, influencia directa sobre ella, invulnerabilidad, vida eterna. El diablo no responde.
Mientras escribo estas líneas el miedo profundo me abruma. Atrapado en mi mansión, rodeado de riquezas, plañendo por la trampa en la que caí, muy enfermo, con los ojos del diablo en las espaldas. Lo siento contemplándome como a una posesión futura, con paciencia milenaria, como un buitre a la espera de mi muerte.