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jueves, 8 de noviembre de 2018

Sísifo

Nunca he estado seguro de lo que nos enseña el mito de Sísifo.
Sísifo es un personaje que cobró fama gracias al ensayo de Albert Camus llamado
(por supuesto) “El mito de Sísifo”. La reputada obra relaciona el castigo de Sísifo con
 la lucha personal de todos los hombres de vencer el día a día.
El mencionado personaje fue condenado a empujar una enorme roca hasta el final
de una gran montaña. Al llegar a la cima, la roca siempre se desplomaba, rodando
inevitablemente hasta llegar al pie del monte. A donde Sísifo tenía que caminar para
volver a empujar la roca hasta el final de la montaña. Así por la eternidad.
Si bien hay innumerables ejemplos de personajes de las mitologías famosos por sus
castigos,  el de Sísifo es particularmente relevante para nuestra época. Camus compara
esta lucha fútil por subir la condenada piedra al hecho de conducir, o tomar un camión o el
 metrobús o la ecobici al trabajo, después llegar a casa, pagar deudas, dormir, despertar…
 en fin: nuestro día a día. Básicamente la existencia se reduce a mantenernos ocupados 
subiendo una metafórica piedra una y otra vez. Algo parecido al símil de amarrarse los 
zapatos en Esperando a Godot.

Más allá de la futilidad de nuestra existencia y de la búsqueda del significado en la vida me
pone más nervioso la razón por la que Sísifo fue castigado: Sísifo era el rey y fundador de
Corinto, que floreció gracias a su reinado y a su astucia.
Una de mis historias favoritas es la de las vacas (no que les importe pero me gustan las
vacas). El vecino de Sísifo, Autólico, tenía el poder de transformar a todos los toros en
vacas. Hacía lo dicho, se llevaba las vacas transgénero a su casita y el dueño jamás 
encontraría sus toros, sin importar cuánto buscara. Sísifo tuvo la solución para ésto,
mandó tallar en las pezuñas de todos sus toros “me robó Autólico”. Así pudo encontrarlas
después de su cambio de sexo.

Hay muchas historias que hablan del ingenio de este personaje, aunque su castigo fue
puesto porque echó de cabeza a Zeus. Sí, el jefe de jefes. Alguna vez, Zeus, cargado
con su libido insaciable raptó a Egina, hija del dios Asopo. Asopo era el dios de los ríos,
y cuando le preguntó a Sísifo “oye ¿y mija?”  él contestó: “Ah pues fíjate que te responderé
 si me pones un río aquí mero”. Así acordaron, Asopo puso un río cerca de Corinto, lo que
benefició enormemente al crecimiento de la ciudad, y encontró a Zeus. Zeus, siendo medio
vengativo, decidió matar a Sísifo, quien no sólo no murió a la primera, sino que engañó a la
 muerte dos veces. No sólo eso, sino que burló a Tánatos (la muerte) y lo ató con grilletes. 
Imagínese eso, apresar a la muerte. Después de lo cual nadie murió por un rato, argumento
 utilizado por Saramago y por Los Simpsons, pero estoy divagando.



Ahora, eso es lo que siempre me puso nervioso. Estamos hablando de un semidiós
(Sísifo era hijo del dios Eolo) con el ingenio suficiente para engañar a la “única cosa
que tenemos segura”. Tenía un verdadero talento que usaba a su conveniencia, y sin
embargo, a los dioses no les pareció gracioso y en vez de eso, se le castigó a empujar
una piedra hasta la cima de la montaña sólo para verla rodar al suelo.
Hay gente que interpreta el mito de Sísifo como esas veces tan frustrantes que uno intenta
algo con todas sus fuerzas, con toda su voluntad, y todas las fuerzas y voluntad resultan no
 ser suficientes. Sísifo tiene la certeza de que esa piedra jamás se quedará quieta, sin
embargo no tiene la opción de dejarla ahí inmóvil. Sabe que sin importar lo que pase, la
piedra rodará fatalmente hacia el suelo.

No es el hecho de quebrarse la espalda realizando una labor pesada. Este hombre,
acostumbrado al riesgo de planear escaramuzas y preguntarse si será atrapado, está
condenado a la certeza de una labor sin frutos. Al fin de cuentas, el castigo de Sísifo
no es tan brutal por el aspecto físico.