Los diarios por mes:

martes, 3 de septiembre de 2019

Napoleón

¿Por qué será que poca gente habla del día en que Napoleón perdió su patria? 
Lo he visto en películas, empapado de porfía, peleando en Waterloo, o coronándose como emperador
de Francia. Incluso lo he visto midiendo la cantidad de veneno para su infructuoso suicidio. Pero no
lo he visto perdido y desterrado, arrastrando a su familia a revolcarse en una vergüenza que
(seguramente en ese momento) parecería impasable. 

Para que esta escena tenga sentido, hay que recordar que Napoleón nació en Córcega: un territorio
recién conquistado por Francia que solía pertenecer a Italia, es por eso que el nombre Napoleón
Bonaparte, no suena muy francés. Pero bueno, Córcega fue defendido valientemente por Pasquale
Paoli, digo, igual perdió pero de que fue valiente fue valiente. Bueno, Carlo Bonaparte, el padre de
Napoleón, un abogado de veintitrés años, resolvió que lo mejor sería adaptarse a las circunstancias y
buscar un trabajo con los franceses, para así mantener a su familia. 

Napoleón no se sentía orgulloso de su padre en lo absoluto. Siempre tuvo un resentimiento hacia este
hombre que (de acuerdo con su opinión) se rindió tan fácilmente.  Chamaco malagradecido ¿no? En
fin, luego de mucho esfuerzo y trabajo duro, el señor padre de Napo, lo enlistó en un colegio militar
de élite, en donde estudiaban los niños ricos de París. Me imagino que el pobre infante ¿corguegués,
corcega, corcegueño? Se ha de haber sentido muy fuera de su elemento. Ni francés hablaba.

 El niño creció y creció y fue desarrollando sus aptitudes para la guerra. El ejército francés era
sumamente disciplinado y avanzado. Gracias a Carlo Bonaparte (su padre, a quien no quería), Napo
aprendió las habilidades que lo llevarían a ser emperador. 

A sus veintitrés, Napoleón viajó de vuelta a Córcega. Había aprendido el idioma de los franceses y
sus métodos de combate. Así que resolvió volver a su hogar, armado con estas herramientas y
ayudarle a su héroe de toda la vida: el valiente y aguerrido Pasquale Paoli, que ahora gobernaba
Córcega pero aún no demostraba señales de  haber cedido por completo al gobierno francés. Además,
hay que recordar que Napoleón sentía un gran rechazo hacia su padre por lo que Paoli seguramente
cargaba con alguna proyección por ahí. 

Se conocieron más temprano que tarde y no: no se cayeron bien. Pese a los mejores intentos de
Napoleón, Paoli lo tachó de niño inmaduro e inexperto, lo consideró un cobarde afrancesado y eso
debió dolerle a Bonaparte en lo más profundo. Por supuesto, habiendo pasado eso, ambos
se declararon acérrimos rivales el uno del otro.  

Confiado en sus conocimientos bélicos y su juventud, Napoleón se enfrentó a Pasquale, que estaba
armado con su experiencia. Aquí volvemos al principio del texto: Paoli no sólo venció al joven
soldado, sino que también expulsó a toda la familia de Napoleón, los declaró traidores y se encargó
de que su partida fuera deshonrosa. 

Un golpe tan duro debió de haber sido un momento clave para la formación del futuro emperador.
Imagínense, rechazó a su padre por lo mismo que su figura paterna lo rechazó a él. En su corazón,
Napoleón nunca había sido francés, pero ahora Córcega lo había escupido. 

Para mí, este es de los momentos más inspiradores de la vida de Napoleón y casi no he visto atención
en él. Todos sabemos lo que sucedió después, el éxito rotundo que obtuvo el joven corso (se dice
corso)... Es casi imposible encontrar a alguien que no reconozca el nombre de Napoleón Bonaparte, y
su derrota ante Pasquale Paoli (no sólo la derrota en el campo de batalla, aclaro) es una de esas
historias que nos recuerda que después un gran incendio, uno puede surgir de las cenizas.