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jueves, 16 de febrero de 2017

Dualidad

Hay un concepto importante: para los aztecas, un téotl no es un dios. Por analogía a lo que ya conocemos, tendemos a decir que Tláloc es el dios de la lluvia -por ejemplo- cuando en realidad Tláloc es la lluvia. Es una diferencia importante, puesto que esto los hace mucho más activos y arriesgados (dicho sea de paso) que una deidad que orquesta los fenómenos naturales desde su trono intocable.
Pero imaginar la personificación de la lluvia es relativamente fácil, es un concepto tangible. El ejercicio se dificulta cuando hablamos de conceptos abstractos y más complejos, a los que es difícil ponerles una imagen definitiva, digamos: Huitzilopochtli, que es la guerra. Por eso es que es confuso cuando uno lee las historias, pero también nos lleva a sacar conclusiones con respecto a lo que ellos entendían del mundo y de su propia gente. Por ejemplo, una de las deidades más importantes es Ometéotl, que es la dualidad. Esta figura me parece que es testimonio de una gran capacidad de análisis. Pico de la Mirándola alguna vez dijo que los hombres tenemos el poder de la auto transformación, porque bien podíamos codearnos con los dioses, o bien revolcarnos en el lodo con las más inmundas bestias. Esto es, por supuesto, parafraseando. Pero creo que el poner como una deidad capital a la dualidad es un enorme acierto, sobre todo porque soy un usuario frecuente del transporte público. Por ejemplo:
Esta mañana estaba esperando a que llegara el vagón de metro. En el momento en que llegó, atravesé la puerta, y una señora pasó corriendo y con todo el poder que le proporcionaban cien kilos (a ojo de buen cubero) empaquetados en una estatura de metro veinte (ídem), se precipitó empujándome hacia un lado, para ganar un asiento. Entiendo que el transporte público normalmente está repleto de gente que no le va a ceder su asiento a una anciana, o a alguien en muletas, y que  a veces uno tiene que poner una actitud asertiva que lidia con la agresividad. Pero en este caso había como dos personas sentadas y por ende, muchos asientos libres. Además que había espacio de sobra en la puerta para que la señora pasara caminando sin siquiera rozar conmigo. Pero siento que ella tenía costumbre de taclear a quien se le pusiera en frente y que no habría modo de disuadirla de atacar a un objetivo próximo, con ese exceso de  humanidad comprimida con la que contaba.
Hasta aquí el asunto, por lo mismo que la señora me empujó, no quiso verme a la cara por el resto del viaje. Curiosamente, nos bajamos del metro en la misma estación y yo me fui a tomar la combi para llegar al trabajo. Estaba sentado y tratando de no quedarme dormido cuando la señora se subió a la misma combi donde yo estaba, lo hizo casi con delicadeza, despacio y saludando a todos con un cortés “Buenos días”. Esa misma señora que me había empujado sin importarle nada en un espacio grande, ahora, en un espacio reducido, se conducía con toda la educación de la que era capaz. Me miró y me dirigió una afable sonrisa (Obviamente sin haberme reconocido), lo único que había cambiado es que, esta vez no había vagones para escabullirse, esta vez ella no podía evitar verme a los ojos, como a los demás pasajeros.
En fin, de vuelta al inicio de este texto, acerca de la dualidad del hombre me podría extender y no me alcanzaría ni mi léxico ni mi capacidad de hilar palabras. En conclusión, examinar las deidades que tienen otras culturas (o nuestra cultura) nos dicen lo que valoran, lo que temen, y sobre todo cómo entienden el mundo. Además, que muchas personas no son corteses contigo hasta que tienes una cara.